Al fin llega lo prometido (y largamente deudado). La verdad es que siendo un único juez, la decisión ha sido difícil, no se si no me he leído suficientes veces los relatos o demasiadas veces, pero sea como sea, aquí tenéis los resultados del Concurso "Krea-Tu-Relato":
Error Macross
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— ¿Sabes algo?, te odio —dijo el calvo nigromante, lentamente, como si cada palabra tomara un fragmento de su alma al decirla. —Por tu culpa es que todo terminó así, todo por tu maldita culpa”.
Hace muchos siglos, cuando el tiempo aun era joven, y la humanidad aun no había surgido en ninguno de los reinos, los onis ya habitaban el Netherrealm. Seres cuya escasa mente a duras penas les permitía tomas las decisiones más simples, que se orgullecían, si es que realmente comprendieran esa palabra, en la pobredumbre y el sufrimiento de las almas de los difuntos, aun no lo suficientemente evolucionados en su mayoría como para comprender algo más que el dolor.
Aunque esa función era para la que aquellas bestias fueron creadas, un trabajo sin regulación no era lo buscado por los Elder Gods, eventualmente seres más avanzados llegarían, y un mero ladrón que había robado para comer, no podía sufrir lo mismo que un genocida. Fue entonces que Lucifer fue creado, para regular los avernos.
No fue respetado desde su llegada, sino que tuvo que hacerse un lugar de la única forma que aquellos demonios entendían, por la fuerza, y lo logró. Ejércitos enteros de bestias infames e idiotas cayeron bajo sus pies, y finalmente, el Infierno quedó bajo su dominio.
Pero en medio de las masas sanguinolentas dejadas en las numerosas batallas, un extraño líquido comenzó a manar, concentrándose en las cavernas por debajo de la seca y demacrada tierra.
El tiempo pasó, pero la laguna que se formó, no desapareció, sino que siguió bullendo. Los pocos que se acercaron a ella, onis y unos pocos que tuvieron la desgracia de caer en vida en este reino donde el Sol no llegaba, no pudieron contarlo, ya que cualquiera de los sentidos que entraba en contacto con la fuente, ya sea la vista, el tacto, el gusto, el olfato, o incluso el oído, se sobrecargaba, causando que su poseedor sufriera una dolorosa y horrible muerte, solo para que su cuerpo se desvaneciera sin dejar rastros, y sin ninguna explicación, a los pocos segundos.
Los líquidos infames eventualmente dejaron de bullir, y cualquiera, de poder sobrevivir al escucharlo, hubiera notado un sonido similar a un latido, que iba aumentando cada vez más, como un pequeño y macabro reloj. Hasta que un día sonó la alarma. Y despertó, nacer seria un concepto erróneo.
Su piel era blanca, sin pelos en el cuerpo, su cuerpo se veía delicado, distinto al de los demás Onis, similar a un humano, pero esto era porque este demonio no sería igual a ningún otro, este gozaría de una inteligencia ajena a su especie, y una capacidad para el engaño maestra, su nombre…, Quan Chi.
“Carne, fin…, renacer”.
—No recuerdo el momento en que nací exactamente…, ni siquiera se para que te cuento esto, no te sirve de nada —Quan Chi duda un poco antes de continuar, luego de toser algo de sangre. —Sí, fueron épocas difíciles.
Quan Chi no tardó demasiado en darse cuenta de que su especie no era la dominante en el reino, pero a ninguno parecía importarle demasiado, sus vidas se resumían a alimentarse como simples animales, y satisfacer sus deseos mas mundanos, dentro de las zonas delimitadas donde podían manejarse. Lucifer no parecía interesado en darle más autonomía de la que tenían, y simplemente eran clasificados según el gusto que tuviera.
El recién nacido oni, no pasó mucho antes de darse cuenta que no encontraría nada útil en sus compañeros de especie, la mayoría solo lo atacaba al verlo, pensando que sería algo más sabroso que lo demás que pasaba generalmente por la zona. A duras penas logró sobrevivir.
—Fui herido varias veces por esas épocas, pero me curaba con facilidad. De todas formas el frio que azotaba a veces, por el inestable clima, me afectaba, por lo que busque unos breves retazos de tela para cubrirme un poco. Fue entonces que lo encontré a él, fue la primera vez que vi a un humano, y por alguna extraña razón, entendí sus palabras perfectamente, e incluso pude contestarle.
—Ah, veo la inteligencia en tus ojos —dijo el curioso hombre, de pelo blanco, y cubierto por una gran túnica de fina tela negra, algo extraño en tal lugar. —Eres una alegría después de tanta oscuridad a mi alrededor. He entrado con mi mentor, que me ha querido mostrar estos yermos olvidados por la mano de Dios, y me ha dejado abandonado por alguna razón que desconozco.
El sujeto se frenó unos segundos esperando una respuesta, pero Quan Chi guardó silencio.
—Pareces alguien de pocas palabras. Perdona si estoy algo exaltado, pero pensaba que me iba a volver loco en medio de tanta perversión. No pareces alguien que tenga alguna razón para haber caído en vida en estos lares, pero tampoco pareces herido. Supongo que tendrás grandes habilidades, o serás un gran conocedor del lugar. Si me ayudas a salir, te pagare enseñándote todo lo que se, que es lo que me ha permitido mantenerme con vida hasta este momento, ¿estás interesado?
—Si —respondió finalmente Quan Chi, sin entender de donde provenían las palabras que iba pronunciando, y que jamás había escuchado antes. —Pero primero enséñame.
—Ese hombre era un versado en aquello que su reino gusta de llamar artes oscuras. Sus poderes le permitían conservarse en el mismo estado en el que había llegado, así como dominar los cuerpos de los muertos, entre otras habilidades que realmente no llegue a comprender. Fui un alumno rápido, pero no tarde en darme cuenta de que su mente hacia mucho que había colapsado, y que tan solo se insistía a sí mismo, para intentar creer que seguía cuerdo. Terminé con su sufrimiento.
Quan Chi observó el cuerpo destrozado de aquel que le había educado en la nigromancia. Aun en el último momento, no llegó a darse cuenta de las intenciones de su compañero, y ni siquiera se defendió. Era tal la confianza que el sujeto blanco podía infligir en los demás.
Ahora el Oni poseía aquello que se le había escapado toda la vida, la fuerza, sin embargo, sabía que lo más útil siempre había estado con él, solo que hasta ahora nunca había encontrado a nadie cuya mente pudiera caer bajo sus convencimientos.
El Netherrealm se encontraba dividido en varios planos, pero nunca logró superar más allá del quinto, aunque sabía que por lo menos dos más se ocultaban detrás. La oscuridad así lo dictaba, y como todo allí, simplemente se aceptaba como tal.
Pero había una sensación, algo distinto, Quan Chi lo notaba, era algo que parecía llamarlo, se encontraba mas allá que a donde podía llegar, pero también mas allá de los dominios de Lucifer, si es que aquello realmente podía llegar a existir. Muchos riesgos cometió intentando descubrir que era aquel extraño sentimiento, pero no parecía obtener ninguna respuesta concreta, y eso le molestaba en gran medida.
Y el tiempo siguió pasando, hasta que finalmente sus llamadas recibieron una respuesta.
—Shinnok, ese bastardo, traidor de los dioses, encerrado para siempre por sus hermanos en el Netherrealm —Quan Chi parecía reírse mientras pronunciaba las palabras, pese al dolor. —No tenia forma de llegar hasta él, pero si podía encontrar la forma de que él pudiera escapar de su prisión, pero no fue fácil, eran necesarios ciertos sacrificios, sacrificios vivos. Aun con todos mis esfuerzos, era difícil mantener con vida algo en ese maldito lugar, ni hablar de encontrarlo, por lo que tuvo que pasar mucho tiempo hasta que lograra tener lo necesario, tiempo que me sirvió para mejorar mis habilidades, y para darme cuenta de cómo era el lugar en el que vivía.
Una vez completado el macabro ritual, un extraño brillo ilumino al Oni, solo para luego desvanecerse, ya que no era algo relacionado con la luz lo que entraría en contacto con él, sino todo lo contrario.
La voz era profunda, dominaba desde el interior, atravesaba la piel y el hueso como si no existieran, para martillar el cerebro hasta hacerlo pulpa, pero Quan Chi no se dejo superar.
La voz no dio las gracias, ni siquiera lo intentó, solo le pidió que esperara, y que las acciones serian lo que demostraría la gratitud.
Lo siguiente fue un grito, grande y desgarrador, que sacudió todo el reino, y que horrorizó a cada criatura, alma o deformidad existente entre sus límites, durando tanto que pareció una eternidad. Todos sabían lo que significa, Lucifer había muerto.
—Me gustaría saber tu nombre —se escuchó la misma voz que antes, solo que de una manera más terrenal. Frente a él se encontraba alguien de aspecto humano, de color grisáceo, vestido con una larga túnica, sus ojos blancos resplandecían, mientras las arrugas se marcaban en su rostro. No era un ser vivo, era el Elder God caído, desterrado por sus hermanos, Shinnok.
—Quan Chi —respondió el oni, y se sorprendió, ya que nunca había pensado en un nombre para él, y este salió sin problemas.
—Bien, serás mi archihechicero de ahora en mas, tienes que tener grandes habilidades si pudiste entrar en contacto conmigo y liberarme —esperó unos segundos, como si quisiera una respuesta, pero en realidad solo lo hizo para probar la paciencia de su nuevo soldado. —Vamos, hay muchas cosas para hacer.
—Oh, como extraño esos tiempos —recuerda Quan Chi con una relativa felicidad. —Sí, estaba con una de las encarnaciones más detestables que jamás hubieran pisado cualquiera de los Reinos, pero que importaba eso, tenía mucho poder, los cinco primeros planos del Netherrealm se convirtieron en nuestra propiedad, cambiamos todo. Hasta los Onis empezaron a desarrollar inteligencia gracias a los poderes del Dios, éramos grandes, éramos el poder, pero el siempre ansiaba mas.
—No es suficiente —Shinnok destruyó uno de los muros de su fortaleza, aplastando a miles de sus soldados, que descansaban detrás de este.
—Tranquilícese, amo Shinnok —dijo Quan Chi con voz calmada pese a que podría morir en cualquier segundo — ¿Qué es lo que le aqueja?
—Nuestro ejército es inútil.
—Perdóneme si discrepo, pero no hay soldados más fuertes y capaces, que aquellos bajo nuestro servicio.
—No lo entiendes, mis hermanos podrían desaparecer a un ejército como este con solo un chasquido de sus dedos, no somos nada, necesito más poder, Quan Chi, necesito mi amuleto.
El Dios agarró a Quan Chi por los hombros, y este a duras penas podía soportar esto.
—Tal vez haya algo útil en los dos últimos planos —intentó decir mientras aguantaba el agarre.
Shinnok soltó al nigromante, que cayó al suelo estrepitosamente. Se quedó como extasiado, separado de todo.
—No —respondió finalmente, aun fuera de sintonía. —No iremos allí, ni ahora, ni nunca, no de nuevo —le dirigió la mirada. —Sigue con lo tuyo —y se marchó.
Para Quan Chi era un incordio aquello, ¿qué poderes ocultarían aquellos dos planos?, seguro algo mucho más útil que la escasa tecnología que habían podido desarrollar, mucho más avanzada que la que la mayoría de los reinos soñaban con lograr alguna vez, pero inferior a la magia que estos podían generar.
Conocía los portales que separaban los planos, pero nunca había podido atravesar los que llevaban más allá. Ahora, con sus poderes más grandes que nunca, pensó que sería sencillo.
—Fueron unos instantes, pero que tortura inmensa pase —Quan Chi observó a su alrededor. —Quien diría que terminaría pasando tanto tiempo aquí, en ese momento solo quise irme, los Onis que cruzaban ese horrible lugar, eran mucho más fuertes que yo, y las almas habían aprendido a traspasar su dolor a aquellos que osaran acercarse.
Quan Chi logró salir, pero aquello que vio le hizo darse cuenta que la solución a los problemas, de encontrarse ahí, no sería sencilla de hallar, por lo que debía encontrar otra manera, y entonces, pensó en el amuleto de su señor, el Medallón de los Elementos, en algún lado debía estar.
Los años le habían permitido comprender que no tenía problemas en diseñar portales para viajar a otros reinos, pero al no poder llevar demasiadas tropas, no le encontraba una gran utilidad a aquello más que llamar atenciones indebidas. Ahora, eso cobraba una gran importancia.
El Medallón debía encontrarse en el Earthrealm, ya que en ese Reino su amo fue derrotado, pero nadie allí podría ofrecerle la información, sin importar el precio que pagara por ella. Salvo uno, Shang Tsung, un poderoso hechicero que había vivido muchos años de su vida en el Outworld, convirtiéndose en uno de los máximos soldados de su Emperador, Shao Kanh.
—Shang Tsung era un sujeto curioso, pero inútil, no más que un mero esclavo, aunque el mismo intentara negarlo. Tenía la información para conseguir el Mapa de los elementos, que indicaba donde se encontraba el Medallón, pero nunca había mostrado interés en ello, solo se preocupaba por un patético y poco importante torneo llamado Mortal Kombat. Pero había algo que le interesaba, o mejor dicho, le interesaba a su Emperador, pervertir un alma de alguien muerto hacía tiempo ya, algo sencillo, tras lo cual obtuve lo que necesitaba.
Protegido por Monjes Shaolin, en un paramo helado, el templo donde el Mapa de los Elementos se ocultaba, era una gigantesca e impresionante construcción, pero no se veía difícil para ingresar. Pero cuando el Oni lo intentó, una gran energía lo arrojó al suelo.
Muchos de sus servidores lo intentaron sin éxito, algunos incluso no sobrevivían al hecho. Algo no quería que seres surgidos de las profundidades ingresaran ahí, y por ende serian necesarios otros métodos, algo que fuera útil, y poderoso.
El Lin Kuei ofrecía esa seguridad, su papel como mercenarios presentaba una gran fama, aunque probablemente hubieran servido como alimento fácil para la Hermandad de las sombras, el grupo que dirigía Chi, de haberlo querido. Como para tener una seguridad de reserva, decidió acordar también con los Shirai Ryu, principales rivales de los Lin Kuei, el pago seria en ambos casos la destrucción del clan enemigo.
La aniquilación del Shirai Ryu fue sencilla, costaba creer que ese clan realmente hubiera logrado desarrollar tanta reputación. Al menos para Quan Chi esos fueron unos momentos de diversión, nunca había realizado una matanza tan grande, y se sentía bien, demasiado.
Una vez llegado a ese punto, era mucho más simple continuar el contrato que correr el riesgo de que el templo donde se ocultaba el Medallón, poseyera una barrera más poderosa que la anterior. El guerrero que le había dado el triunfo a su clan, Sub Zero, parecía alguien muy capaz de completar esta segunda tarea con la misma eficiencia que la primera.
Quan Chi esperó pacientemente, hasta que las barreras parecieron disminuir lo suficiente como para permitir su paso, aunque sea levemente, y tomar el Medallón, en la cara de aquel al que había contratado.
Ahora Shinnok tendría el poder, ahora Shinnok dominaría todo, ahora Shinnok…
—Destruiría todo, sin dejar nada… —Quan Chi se toma su tiempo luego de esto. —Todo por tu maldita culpa.
El medallón, alejado levemente del nigromante, no responde.
—Tenias que existir, maldita reliquia de tiempos antiguos, existir para darle a ese maldito Dios el poder suficiente como para destruir el universo de desearlo. Lo había visto en sus ojos, a él no le importaba este mundo, solo le importaba aniquilar a sus hermanos, y que lo demás desapareciera de ser necesario, hubiera acabado con todo, no podía entregarte a él, y entonces cree una maldita copia. Sabía que la mentira no duraría para siempre, era casi perfecta, pero fallaría en el momento más importante. Y entonces Sub Zero apareció, y para mi sorpresa, me venció, a mí, pero también a Shinnok, y se llevó la copia. Y yo te tuve conmigo, sin siquiera entender de lo que eras capaz. Solo tenia mínimas ideas —Quan Chi intenta calmarse, pero vomita sangre. —La invasión era perfecta, había perfeccionado mis habilidades, podía llevar un ejército entero de ser necesario al Reino que quisiera, pero tuve que utilizarte, con ese maldito Shirai Ryu. Y en vez de simplemente enviarlo al Netherrealm, le di la oportunidad de que me llevara con él, y aquí estoy ahora, sin saber donde esta Shinnok, si sabe la verdad de mi traición, si logró acabar con aquellos que intentaron detenernos, y me espera detrás de cada sombra, o fue derrotado.
Quan Chi observa al Medallón, mientras las barras metálicas atraviesan su cuerpo, quitándole la vida lentamente.
—El sexto plano, el maldito sexto plano, encerrado aquí, siendo el más débil en un lugar reservado para los más poderosos, donde ni siquiera los cuerpos de los muertos me obedecen, donde soy basura, encerrado aquí, con él persiguiéndome, y contigo como mi única compañía, maldito Medallón, maldito Medallón, yo moriré aquí, y nadie te utilizara jamás otra vez, solo serás una piedra en el camino y poco más.
A lo lejos, se veía una llama cada vez más grande, Scorpion, el guerrero Shirai Ryu que fuera asesinado hace tantos años por Sub Zero, cuya familia y compañeros fueron asesinados por la Hermandad de las Sombras, para que luego su espíritu fuera usado por ellos, ahora clamaba por su venganza final.
—Realmente no esperaba que terminara así”, Quan Chi se apenó en los últimos segundos de vida que parecían quedarle, “esperaba terminar con una victoria, no esperando una lenta y dolorosa muerte, en una agonía. Daria lo que fuera por salir de este plano…, no, de todo este reino, lo odio.
Entonces, y por alguna extraña razón, el Medallón comenzó a brillar, y la situación cambio.
Quan Chi se encontraba en otro lugar, sus heridas estaban curadas, y el Medallón descansaba en su mano, dos seres lo observaban, uno era muy grande, y el otro era similar a un cadáver con una mascara.
— ¿Quién eres tú?, ¿acaso eres aquel que persigue el ninja amarillo? —preguntó el más grande, obviamente refiriéndose a Scorpion como al perseguidor.
—Sí, soy esa persona —respondió Quan Chi sin estar muy seguro. — ¿Quiénes son ustedes?
—No eres quien para hablarnos así, este no es tu lugar —dijo el de aspecto cadavérico.
—Sí, sí, lo entiendo, pero necesito ayuda.
— ¿Por qué te la daríamos?
—Porque sé que puedo ofrecerles a cambio.
— ¿Qué cosa?
—Lo que todos quieren en este reino, aunque sea muy en el fondo —Quan Chi observó el Medallón en su mano. —Salir.
FIN.
Evil Konan
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Repantigado en su oscuro trono con una mueca de fatiga pintada en las facciones que su impresionante yelmo dejaba visibles; convaleciente de muchas heridas y lesiones, con vendajes ensangrentados, con un tono enfermizo en la piel por fiebres o alguna enfermedad de la Tierra. Débil, malherido, derrotado… esta era la última imagen que esperaría encontrarme tras mi retorno del que antaño fuera el colosal Emperador de todo el Mundo Exterior. Y allí estaba él, el gran Shao Kahn, rodeado de melancólicas concubinas que le mimaban pese a su indiferencia y de temblorosos médicos que le atendían pese a su peligrosa irritabilidad… ¿Qué humano mortal pudo derrotarle con semejante paliza? ¿Habrán sido los dioses ancianos que siempre se habían mostrados indiferentes? Pero solo una cuestión inquietaba mi oscura alma. ¿Y si… y si lo mataba allí mismo? Yo, Reiko, General de las Legiones Imperiales del Mundo Exterior, exiliado en una misión de castigo a los yermos infernales del Netherrealm, por una absurda hipocresía. Aniquilando al tirano que ha conquistado mundos y alzarme al fin con su yelmo en mi cabeza. ¿Por qué no? Ha sido derrotado por un humano, fracasó en la conquista del más insignificante de los reinos, la Tierra, mientras que yo, su mayor estratega, he vivido entre demonios caníbales, he luchado solo en un infierno, desafíe a un Dios Anciano y robé el… pero me contuve. No era prudente matar al Emperador sin estar seguro de contar con el Imperio de mi parte. Así pues, con mi traje de gala y mi actitud más disciplinada, me limité a clavar una rodilla en el suelo en gesto de reverencia y me presenté debidamente.
- Salve, su majestad imperial- saludé con voz severa- Es un honor volver a entrar a vuestro servicio en el Mundo Exterior- mentí- Lamento profundamente la reciente derrota en el Reino de la Tierra, no recibí noticias vuestras desde el Netherrealm, mientras desempeñaba la misión que me encomendasteis… habría acudido raudo a serviros en el campo de batalla. Pero os complacerá informaros que vuestro aliado traidor, el dios caído, no os supondrá una amenaza. Inicié una rebelión en sus legiones de oni a los que se me encomendó instruir en la disciplina militar. Los he traído conmigo para engrosar nuestras filas…
- Bueno, bueno, bueno…
La voz humana era cortante. Me interrumpió como si me echara una jarra de maloliente licor a la cara. Al volverme, vi que entraba por las inmensas puertas del salón del trono un hombre, vestido informalmente y mostrando unos modales pendencieros, ni pidió permiso para entrar, ni pidió disculpas… ni siquiera hizo una reverencia al Emperador. En su rostro brillaba la máxima expresión de la arrogancia y la confianza en sí mismo propias de un mercenario curtido que había ascendido demasiado rápido. O al menos la parte de su rostro que no ha sido manipulada. Su ojo derecho era una especie de maquina incrustada en el cráneo con una luz roja que me miraba de forma inexpresiva. Le desprecié desde el primer momento en que le vi.
- ¿Este era el antiguo general, jefe?- continuo aquel mercenario dirigiéndose así al emperador… sin embargo, Shao Kahn no parecía ofendido, algo que me inquietó lo indecible, luego me miró con aires de superioridad- Así que derrotaste a Shinnok ¿eh?
- Miné sus fuerzas, volví en contra suya sus legiones, desafíe su autoridad en su propio reino- me dirigí al emperador- Quan Chi fue enviado aquí para manipularos y traer la ruina a nuestro imperio. A mí me tendió una trampa y me dejó a merced de sus torturadores… pero escapé y por el Mundo Exterior me enfrenté a las fuerzas del…
- Calla ya, hombre- me interrumpió el humano- Ya sabemos perfectamente que pasó con Shinnok. Si has estado infiltrado en la Hermandad de las Sombras, conocerás, imagino, a Noob Saibot- entrecerré los ojos e hice memoria, era uno de los más nuevos en la Hermandad, pero era bastante más poderoso que el resto, sin embargo desapareció en mitad del conflicto- ¿Un tipo así que parece un fetichista? ¿Eh? Vino a nosotros después de que a Quan Chi le dieran en las pelotas, nos lo contó todo… fueron Raiden y sus amiguitos los que patearon el culo a ese Dios de la Nada, solo eran un puñado de freaks frente a legiones de cabronazos del infierno que se supone que “tú” instruiste en el arte de la guerra. Hasta mi madre se los pasaría a cuchillo. Ahora echa un lado, perdedor. Tengo asuntos importantes con el jefe.
Me levanté furioso. ¿Qué demonios hacía ese mono parlante tratándome así? Me bastaría un solo golpe para reventar a ese inmundo saco de sangre y vísceras. Sin embargo, lo que más me ardía en el alma era oír la risa apenas disimulada de los guardias apostados tras las columnas y la de los demás lacayos… incluso la del mismo Emperador. El cual miró a ese indeseable con la expresión de atención e interés que hace siglos me la dedicaba a mí en la Sala de los Mapas mientras yo le explicaba y proponía mis estrategias de batalla. Llevé mi mano al pecho, en busca del arma que escondía tras mi traje carmesí… pero me contuve. Paciencia, control, disciplina… aún era pronto, aún podía ser arriesgado.
- Reiko- dijo por fin Shao Kahn.
- Mi señor- me volví a él y me incliné reverente.
- Tu audiencia ha quedado concluida. Dices que has traído nuevos guerreros, bien, que sustituyan a la guardia de la ciudad. Preséntate al cuartel de la guardia y se la justicia del Emperador, hay que recaudar más impuestos para esta nueva guerra. Ahora, márchate. Tengo que hablar con el general Kano.
¿General? ¿Él? Mi rostro debía estar petrificado en una expresión de aturdimiento mientras que ese tal Kano sonreía con autosuficiencia. Debí haber estado aturdido demasiado tiempo, pues Shao Kahn se impacientó.
-¡Ya!- bramó desde el tétrico trono, asustando a sus doncellas encadenadas a él.
Saludé como pude y abandoné el salón con paso inseguro y con la rabia creciendo dentro de mí. Pero me felicité después de todo, de algo me sirvió el no haber matado a ese gigantesco bastardo. Pues había averiguado quien era mi verdadero enemigo.
Decidí pues seguir con el juego. Me presenté en la Torre y me instalé en mis nuevos aposentos. Di instrucciones a los demonios oni para que patrullaran por las calles en busca de sospechosos de espionaje… aunque sabía que en realidad solo iban causar caos, pero no me importaba. Tenía otras cosas en la cabeza. Debía averiguar el estado de ánimo de las tropas, la opinión de sus oficiales, el paradero de mis antiguos camaradas como Baraka o Shang Tsung… por lo pronto el capitán de la guardia me informó que la mayoría de sus efectivos cayeron en una rebelión edeniana encabezada por la princesa Kitana. La antigua “hija” del Emperador, la recordé al momento, la belleza de una diosa con el alma de un guerrero, fue mi alumna en el arte de la guerra durante un tiempo, ya que quería en un futuro servir a su “padre” en futuras batallas y sonreí para mis adentros al saber que es precisamente ella la que está castigando a las tropas imperiales… parece que fui un buen maestro después de todo. Cuando me despedí de él y me quedé a solas noté una presencia extraña entre las sombras y miré hacía las paredes. Entonces, de la nada, se materializó el zaterrano Reptile, aquella sucia criatura embutida en un uniforme verde. Con sus ojos de lagarto mirándome con desprecio.
- Tú- le dije con el mismo sentimiento.
Me puse en guardia. A Reptile le suelen encomendar la tarea de eliminar discretamente a aquellos que desagradaran al emperador, o fueran sospechosos de conspirar contra él. No me extrañaría en absoluto que viniera a matarme. Pero parecía que no estaba con ánimos de lucha.
- Saludos, general- siseó el lagarto con tono burlón.
- ¿A qué has venido?- pregunté severo.
Por respuesta dejó sobre la mesa un saco tintineante. Era el tributo de varios nobles del Mundo Exterior que yo, como nuevo funcionario debía añadir a las arcas del ejército. Adopté una postura más relajada aunque con Reptile jamás bajaría la guardia. Ya me la había jugado antes.
- Te compadezco, Reiko… estuve en el salón del trono cuando entró el humano. Pero si te sirve de consuelo, seguiré llamándote general.
- Ya- dije con hastío- muy gracioso. ¿Qué me dices de ti? Tú, la mascota, el perro faldero de Shao Kahn. Siempre adulándolo, siempre besando sus pies y allá donde pise… ¿Te ha devuelto a tu gente? ¿Se ha visto recompensado tus sacrificios? ¿O sigues siendo una mascota sola y amargada?
Reptile apretó sus puños hasta clavarse las garras en las manos y siseó como una serpiente furiosa. Mientras yo sonreía y me repantigaba en mi asiento.
- Cuida tus palabras, general. Después de lo que hiciste hasta una mascota es superior a ti. El Amo cumplirá su palabra, en cuanto ese humano termine la guerra.
Sonreí, Reptile era realmente transparente incluso cuando se hacía visible. “Ese humano” había un tono de despreció en aquellas palabras. Me imaginé a los dos juntos, Kano y Reptile. Uno siempre vacilando y el otro adulando, imagino que Kano, con aquella actitud que mostraba habría superado obstáculos de su ascenso como Reptile mediante palizas o amenazas. Puede que después de todo, el zaterrano fuera la fuente de información que necesitaba. Así que me levanté y le acompañé a la salida de mi oficina para invitarle dar paseo por las entrañas de la torre.
- Me disculpo, amigo. Hace poco que he vuelto y no doy crédito a todos los cambios que ha habido aquí. Ese Kano… general. ¿Cómo pudo ser?
Reptile me miró desconfiado pero hará tanto tiempo que no recibiera un simple buen trato que no se resistió a mis encantos. Y accedió a aquella plática mientras nos rodeaban las sombras y el aire se llenaba con los lamentos de los presos torturados.
- Salvó la vida al Amo- respondió.
- ¿Cómo?
- Kano estaba en una celda esperando a su ejecución. Sheeva lo liberó después de haber matado a Motaro y dijo que iba a asesinar a Shao Kahn… el humano se ofreció a ayudarla pero en lugar de distraer al Amo, le advirtió de la amenaza y Sheeva cayó en la trampa…por esa muestra de lealtad aunque estuviera a punto de morir bajo el hacha del verdugo le dio el favor del emperador… eso, y las armas.
- ¿Qué armas?
Pero en cuanto lo pregunté estábamos ya muy cerca de la Armería en los niveles inferiores. Escuchaba los martillazos de los herreros deformes trabajando en el metal. Reptile me guió hasta allí y me mostró unos estantes donde estaban apiladas las extrañas armas de los humanos que trajo el mercenario. Cogí lo que llamaban un rifle de asalto AK-47, no tardé mucho en averiguar cómo se manejaba. Parecía un invento ingenioso, de uso muy sencillo y más mortífero que cualquier ballesta.
- Interesante…- dije sinceramente. Había subestimado a los humanos, sabían más del arte de la guerra de lo que esperaba. ¿Qué pasaría si también aprendieran a viajar entre reinos? Creo que al Mundo Exterior le habría salido un duro rival. Pero en seguida adopté una expresión despectiva- Pero son solo juguetes… me cuesta creer que engatusara tanto al emperador con juguetes… y para lo que sirvieron. Yo tengo un arma más poderosa y él solo confía en monos vendedores de fuegos artificiales.
Reptile me miró ligeramente desconcertado.
- El Amo sabe lo que hace.
- ¿Si? Pues bien que se las ha apañado sin mí, Reptile. Mira a tu alrededor, se respira decadencia en un Imperio donde solo había gloria. Los humanos son solo sacos de carne que sin esfuerzo podemos desmembrar con nuestras manos desnudas, son cobardes y traicioneros, se venden entre ellos como ese Kano ha vendido a todos los suyos. Yo, dirigiendo a las tropas, tomamos Vaeternus, tomamos Edenia… derrotamos a legiones de poderosos vampiros, doblegamos a los descendientes de los dioses, aniquilamos a tu raza. Y míralo, él, bendecido con la magia negra, capaz de levantar legiones de la nada… no se ha mostrado fiel con los suyos, no te ha devuelto Zaterra.
Reptile se mostraba inquieto, mirando a su alrededor nervioso.
- ¿Qué me dices, amigo? ¿Qué tal si nos lo quitamos de encima de una vez por todas? Yo devolvería a tu raza con su poder… siempre cumplo mis promesas.
Finalmente, tomó su decisión. Rugió con ira y me llamó traidor señalándome con sus garras pero en cuanto dio un paso hacia mí su vientre se abrió en una explosión de sangre verdosa y vísceras y su cuerpo fue impulsado de espaldas como si lo arrollara un shokan hasta chocar contra las estanterías de las armas tradicionales como espadas y hachas que cayeron al suelo con gran estrepito. El AK 47 era realmente un arma interesante. Miré a mí alrededor y solo vi que los herreros seguían afanados en sus quehaceres indiferentes a todo lo que pasara.
- Siempre cumplo mis promesas- repetí mientras me dirigía al moribundo zaterrano, aquel bicho se arrastraba sobre sus entrañas pero lo frené dándole la vuelta con el pie y pisándole la garganta para que me mirara- ¿Qué te dije la última vez que nos vimos? Antes de que me mandaran a Netherrealm.
No me respondió. Se limitaba a mirarme con odio. Maldito bastardo. Una vez, yo me encontraba en los aposentos de Shao Kahn mientras el señor estaba ausente y me puse su yelmo y me senté el trono. Fue una estupidez, una locura propia de un cadete. Pero no podía resistirlo, el poder. Tan cerca y tan lejos que estaba, que solo podía contentarme con aquellas fantasías… pero allí estaba el lagarto, invisible como cualquier cobarde ninja y contándoselo todo al Emperador. Podía haberme condenado a muerte por la simple sospecha de traición o de intenciones de usurpar el trono… en lugar de ello me entregó a su “aliado” en el Netherrealm, sabiendo que lo más probable es que no saliera nunca de aquella cloaca de azufre ardiente. Le prometí a Reptile que le arrancaría la lengua con mis manos. Y eso hice, o al menos parte de ella. Luego apreté el pie sobre sus garganta hasta que sus vertebras se rompieron como la madera podrida y así puse fin a su miserable existencia. Aún así, la sensación de que me vigilaban desde la oscuridad aún persistía. Pese a que no había nada ni nadie a la vista. Tras colocar el arma humana en su estante, recogí el cuerpo de Reptile y lo arrojé a una caldera de fundición, aguardé a que las llamas y los metales fundidos lo hicieran desaparecer para siempre y abandoné la armería.
Pasaron algunos días desde entonces. Me dediqué a los preparativos para mi venganza contra Shao Kahn. Por medio de discretos encuentros en el Bosque Viviente hablé con algunos oficiales de la legión que andaban descontentos con el trato y las maneras de ese imbécil de Kano, también planté mis semillas de rencor contra el Emperador. Sus súbditos estaban de moral muy baja, era la primera vez que su señor había caído en combate, algunos incluso le han perdido el miedo pronto empezarían los primeros altercados contra la Fortaleza de Shao Kahn y los guardias son en su mayoría mis oni. También envié algunos demonios hacía los campamentos nómadas para dar un mensaje al caudillo de los tarkatianos. Le escribí a Baraka comprendiendo su decepción al ver la debilidad de su maestro Shao Kahn y le prometí que tendría un amo mucho más fuerte y poderoso como nunca había conocido el Mundo Exterior. También envíe un mensaje a la Princesa Kitana, que aquellos momentos lideraba un vasto ejercito edeniano y rebeldes del Mundo Exterior atacando nuestras defensas imperiales, le prometí que el tirano caería pronto y tendría un nuevo aliado… aunque pensé que tendría que matarla si quería conquistar Edenia de nuevo.
Y así entonces, llegó el gran día. Me cubrí con mi armadura de combate, me oscurecí el contorno los ojos con pintura de guerra y guardé mi arma secreta tras el ancho cinturón de cuero. Y caminé hacía la Arena del Kahn seguido por los oni… les ordene que rodearan el lugar y si diera la casualidad de que Kano huyera por alguna salida quería que lo cogieran vivo aunque hiciera falta cortarle las piernas. Entonces entré y fui a por mi destino.
Antaño aquel inmenso coliseo estaba abarrotado de la plebe de la ciudad, sus rugidos y aplausos hacían vibrar los cimientos de las torres más lejanas. Siempre sedientos de sangre, siempre sedientos de violencia… ahora solo se escuchaba el choque del acero contra el acero de unos pocos gladiadores. Shao Kahn, en un estado tan lamentable como la última vez que lo vi. Estaba sentado en el impresionante trono labrado con la forma de un demoníaco cráneo gigante, a un lado había una concubina sosteniendo una jarra de vino y al otro lado, con los brazos cruzados y apoyado con descaro en un lateral del trono, estaba Kano. Parece que su vulgaridad no solo agradó a los legionarios que siguen sus ordenes sino también al propio emperador.
- Si… estoy de acuerdo- escuchaba decir Shao Kahn mientras me acercaba- Mejor será que elimines primero al príncipe Goro, pero elige a un asesino eficaz… no es un enemigo fácil de vencer.
- Tengo al tipo perfecto- respondió Kano, entonces me miró- Ah, nuestro héroe. ¿Qué te trae aquí, viejo?
Saludé a Shao Kahn a la manera militar y me puse firme. Mostrando al mercenario la poderosa musculatura de este “viejo”. Shao Kahn me hizo un aburrido gesto con la mano dándome permiso para hablar.
- Mi señor. Con vuestra venia, debo insistiros en que estáis confiando vuestra vida y el futuro de vuestro imperio en ese degenerado oportunista. Quiero una oportunidad de serviros como vuestro general, no solo aplacaré la rebelión de Kitana sino que os daré el Reino de la Tierra. ¡Os lo suplico, mi señor! ¡Dejadme ser como antes! ¡Vuestro favorito! ¡Vuestro estratega! ¡Vuestra mano derecha!
Shao Kahn se inclinó en su asiento y sus ojos que brillaban como brasas infernales me sondearon implacables. Kano rio por lo bajo y se dirigió al Emperador.
- ¿puedo matarlo yo? Lo haré en un plis.
- Sea- dijo el Emperador- El que quiera el favor imperial tendrá que ganárselo en Mortal Kombat. Reiko, Kano… solucionad vuestra diferencias con la vida del otro.
Kano se unió a mí en la arena mirándome fijamente a mis ojos mientras sonreía arrogante. Sacó un cuchillo y lo lamió con un gesto obsceno mientras se acariciaba un mechón de cabellos dorados que colgaba de un collar. No llevaba armadura, tan solo un chaleco gastado con el emblema de su antiguo clan de mercenarios. Tenía puñales escondidos en él y dos cuchillos atados a sus botas. Se puso en guardia y yo también… iba a disfrutar dándole una soberana paliza. Le enseñaría modales antes de matarlo con mis manos.
- ¡Luchad!- nos ordenó Shao Kahn.
Kano se burlaba de mí y me animaba a atacarle. Accedí, como nativo del Mundo Exterior y veterano de guerra del Imperio, poseía una rapidez y una fuerza superior a la de cualquier hombre de la tierra. Sería como enfrentar un perro contra un león… pero enseguida recordé que no debía subestimarle. Más bien él me lo recordó. Esquivaba mis embestidas con relativa facilidad, su técnica de combate le permitía usar el propio ímpetu de mis ataques en mi contra, desequilibrándome sin apenas esfuerzo… en una de las ocasiones que me esquivó se puso a mi espalda y me dibujó una línea roja diagonal desde mi hombro hasta mi costado con su cuchillo. Debía serenarme y obligarle a él a perder el control.
Yo también tenía mis puñales. Muchos, y se los arrojé como si fueran un puñado de piedras. Kano se cubrió al no tener ninguna forma de esquivarlos y mientras recibía con gritos de rabia y dolor la docena de punzantes puñaladas en sus brazos y piernas, me teletransporté al estilo de la Hermandad de las Sombras, hundiéndome en la tierra y apareciendo al instante a las espaldas del enemigo donde le alcancé al fin con una patada en su columna vertebral. Kano cayó de frente y salté sobre él para pisarle la cabeza, pero rodó por el suelo y me esquivó por poco. Aún así no cejé en mi acoso y seguí pateándole hasta un extremo de la arena. Solo cuando de su ojo mecánico disparó una luz roja que me hirió en una mejilla pudo librarse de mí y tomarse un respiro.
Shao Kahn parecía aburrirse del combate mientras bebía de la jarra que la doncella se apresuraba a volver a llenar. Aquella pequeña distracción me costó dolor y sangre cuando Kano usó su propio cuerpo como arma arrojadiza. Parecía que fuera lanzado por una catapulta invisible, al chocar contra mí me derribó y mi sangre salpicó a los pies de Shao Kahn y al cuerpo semi-desnudo de su sierva. Sin dejarme levantarme, Kano me dio un pisotón en mi entrepierna que me hizo sentarme al instante y luego me volvió a tumbar de un rodillazo en la cara y antes de que volviera a pisotearme rodé hacía atrás y me incorporé como pude.
Me costaba respirar, notaba la nariz hundida en mi rostro y escupí varios dientes. Kano se dispuso a cargar contra mí, cuchillo en mano, pero se detuvo en el sitio al ver lo que saqué del cinturón. ¡Maldito sean todos los humanos! Me había obligado a sacar la sorpresa que tenía preparada solo para Shao Kahn, lo agarré de su escondite y lo alcé apuntando hacía el mercenario.
- ¿Qué coño es eso?- preguntó Kano aturdido.
Shao Kahn si que parecía saberlo pues se inclinó en su asiento y me fulminó con la mirada al verlo. Sonreí, aunque debo tener un aspecto tal que solo verían una mueca sanguinolenta.
- ¿Quieres saberlo? Es mi trofeo del Netherrealm. ¡El amuleto de Shinnok!- la joya esmeralda brillaba con malicia en mi mano, estaba sedienta de sangre, igual que yo- ¡Si! El Dios Anciano lo recuperó gracias a su lacayo Quan Chi, gracias a él pudo viajar a Edenia y esclavizar a sus hermanos inmortales y a todo su pueblo. Gracias a él, legiones enteras del infierno fueron el terror de todo el Universo cuando el Mundo Exterior sufrió su humillante derrota. Los Dioses contraatacaron a través de sus títeres mortales y Shinnok fue derrotado y su amuleto cayó en manos de Raiden…pero yo se lo arrebaté mientras mis oni lo rodearon. Ahora con esto en mi poder, ¡tengo el arma de un dios! Recuperaré la gloria y el honor al Imperio y la escoria como tú simplemente será olvidada. ¡Y ahora muere!
El amuleto brilló con fuerza y siguiendo mi voluntad lanzó un rayo de energía hacía Kano quien se cubrió inútilmente con los brazos. Hubo una explosión, todo se llenó de una humareda verdosa… me reí y miré a mí antiguo Emperador.
- Shao Kahn…-dije con una sonrisa cruel.
Entonces la niebla se disipó y Kano seguía allí, en pie. Encogiéndose de hombros a Shao Kahn. Tal era mi sorpresa, tan estupefacto me quedé en ese momento. Que no hice nada por defenderme cuando Kano se dirigió hacia mí y me golpeó en la mano con su puñal, amputándola a la altura de la muñeca. La mano mutilada cayó al suelo y soltó el Amuleto, el cual rodó hacia el trono. La muchacha se apresuró a cogerlo y dárselo a su amo mientras yo me caía de rodillas, gritando y agarrando el muñón tratando inútilmente de parar la hemorragia.
Shao Kahn alzó el Amuleto ante sus ojos y lo estudió con expresión severa. Luego, de sus labios, poco a poco fue apareciendo una sonrisa cruel que luego se transformó en su grotesca carcajada.
- Esto- dijo entre risas- explica muchas cosas. Debí haberle aconsejado a Shinnok que no se fiara nunca de un hechicero- me arrojó el Amuleto a mis pies- No es el autentico, solo es una vulgar replica. Por eso Shinnok fue derrotado por mortales, su divinidad estaba incompleta. Es lo que pasa cuando confías en una sucia alimaña como Quan Chi. ¿Con esto pensabas recuperar mi favor, Reiko? ¿O creías que podías usurpar mi trono?
La sangre se me congeló en mis venas y la mano gélida del miedo me acarició la columna produciendo un profundo escalofrío. Había fracasado… ¡Maldito sean los Dioses Ancianos! ¡Maldito sea el Netherrealm y su Dios de los Idiotas! ¡Maldito sea, Quan Chi! ¡Si lo veo en el Infierno lo ahogaré con sus entrañas!... pero debía relajarme. Aún no tenía pruebas de mi plan.
- ¡Os equivocáis, mi señor! ¡Iba a ser un regalo! ¡Lo iba a presentar en mi audiencia cuando apareció este humano al que habéis hecho favorito! Iba a ser el arma con el que os entregaría la Tierra… ¡siempre os fui leal!
Por favor, Dioses, que solo sea una humillación. Que no vea mi traición. Me da igual que me ordene limpiar los excrementos de los centauros… pero en el lugar donde antes estaba Kano hablando con Shao Kahn apareció de la nada, una figura oscura que me era familiar. Noob Saibot, embutido en su traje negro que lo cubría por completo como un ninja… apareció mirándome con aquellos ojos muertos y alzó una mano dejando caer un puñado de pergaminos. Mis cartas a Baraka y a Kitana… mis oni me habían fallado. Sin más razón de mentir, me sinceré entonces… rugí de rabia y odio hacía Shao Kahn y sus sicarios, los insulté, los maldije, les recordé sus humillantes derrotas, su inutilidad sin mí. Kano me agarró de los pelos y me escupió a la cara, luego colocó la hoja de su cuchillo en mi garganta.
- Cállate ya, joder- me ordenó.
Y ambos miramos al Emperador que por primera vez se levantaba del trono. Cerré los ojos y escuché las palabras de mi destino. La frase favorita de mi señor.
- ¡Acaba con él!
Maxi New Sub-Zero
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Me expulsaron del Nekropolis. Sorprendentemente, descubrieron que estuve usando Soulstones ilegalmente. Ahora estoy en el séptimo plano. El séptimo plano del Netherealm. No me importa, conseguí lo que necesitaba. Fui precavido, pero de seguro alguien me delató, me traicionó. No podía esperar otra cosa en este mundo. El propio Lucifer llevó a cabo mi juicio. Pero no me importa, conseguí lo que quería. Ya no soy un demonio en un reino muerto. Ahora soy un hechicero.
El tiempo es algo totalmente relativo. ¿Cuánto tiempo llevo en el séptimo plano?, ¿un día, un año o cien años?, no lo sé. Estuve vagando sin sentido mucho tiempo, simplemente pensando, simplemente ideando. Alguna forma tenía que tener para salir de este plano. Alguna forma debería haber.
Lo que me parecieron años vagando y vagando, me llevó a escuchar una extraña conversación. Esta se llevaba a cabo entre un hombre con sombrero de paja, y túnicas blancas, muy rasgadas, y otro hombre encadenado a dos monolitos en el suelo. Llevaba túnicas negras, rojas y verdes, piel gris y dejada.
- Esto se ha acabado Shinnok - Dijo el hombre de blanco.
- ¿Crees que me has derrotado?, ¿crees que detenerme aquí me detendrá?, joven tonto y patético, piénsalo de nuevo.
- No me asustas Shinnok. Tu poder no era real, y tus propios colegas están en contra tuyo.
- No te atrevas a hablar de quienes son mis colegas. Nosotros derrotamos al One Being, es nuestro derecho dominarlo. No es culpa mía que los demás dioses ancianos tengan...miedo.
- No es tu derecho controlar las vidas de los demás.
- ¡Joven Patético! ¡Tu deberías estar trabajando para mí! Si no fuese por mí, no existirías, no tendrías razón de ser.
- Tu eres patético. Pero que esto te quede claro. Ni tú, ni nadie, tocará el Earthrealm, porque soy Raiden, dios del Trueno, y protector de ese reino. - Diciendo esto, el hombre de las túnicas blancas comenzó a abandonar el lugar. Sin embargo, el encadenado tenía algo más que decir.
- No creas que me podrás mantener lejos de él. Lo recuperaré. Te juro que lo recuperaré.
Esto último me causó mucha intriga. Me mantuve oculto cerca durante varias horas más, para ver si el hombre encadenado, al que aquel de las túnicas blancas llamó Shinnok, decía algo más. Sin embargo, esas horas se volvieron días, y el hombre no hablaba nada.
Poco a poco empecé a perder la ilusión que aquí estaba mi llave de salida. A los meses abandoné el lugar, y volví a mi errático caminar pensando en alguna forma de escapar de ese plano del Netherealm.
Todo cambió unos años después, cuando volví a pasar por el lugar. El hombre seguía ahí, en la misma posición, encadenado en el mismo lugar. Lo único que había cambiado, era que su cabeza estaba gacha. Veía sus labios moverse, pero no parecía decir nada.
Al tiempo, volví a pasar por el lugar, y lo vi moviendo la cabeza circularmente. Algo que noté es que nadie se acercaba a él. Ni siquiera el propio Lucifer, que solía castigar personalmente a quienes estaban encadenados en este tipo de Monolitos.
¿Que había de tan importante en este hombre? La primera vez que lo vi, lo escuche decir que era un Dios Anciano. Mi respuesta finalmente había llegado a responderse cuando encontré un cadáver de un hombre, que parecía haber muerto de vejez. Supongo que entró a este mundo sin haber muerto, y por eso pereció acá. Cuando lo revisé, noté que su dedo índice derecho tenía el hueso gastado, como si lo hubiese raspado constantemente contra algo.
En una roca cercana, vi que tenía un escrito con sangre, y en las últimas palabras incluso había pedazos de carne putrefacta todavía colgando. El escrito decía lo siguiente:
"Al comienzo solo existía el vacio. En él, Vivian los Dioses Ancianos, y el One Being. Entre ambos, hubo mucha fricción, hasta que finalmente entablaron el combate. Los Dioses Ancianos crearon seis artefactos para encarcelar al One Being. Con estos artefactos, se dividió la mente de este ser, y se creó la realidad. Realidad que controlan los Dioses Ancianos sin interferir. Hasta que uno quiso intervenir y apoderarse de una de las divisiones de la mente del One Being, uno de los reinos. Para ello, creó un Amuleto Único, tan único que solo podía ser creado una sola vez. Él ya comenzó la invasión. El Earthrealm ya no es seguro por la guerra entre Shinnok y Raiden. Muchos decidimos huir. Yo erróneamente caí en el Netherealm. Ojalá hubiese ido a Edenia. Ahora moriré de falta de vida, en este reino muerto. Solo ruego por quienes se quedaron en mi antiguo hogar, que el Dios Anciano no logre vencer."
Decidí mantenerme cerca de donde estaba encadenado este Dios Anciano. Sentía que todavía debía esperar.
Años pasaron, y los movimientos de boca se convirtieron en balbuceos inentendibles. Otros años mas pasaron, y esos balbuceos se convirtieron en palabras. "¿Dónde estás?, ¿dónde te han escondido?", repetía una y otra vez. Hasta por momentos parecía sollozar. "¿Por qué te alejaron de mi?". Este hombre obviamente no tenia deseos físicos por ninguna otra persona, así que fue natural pensar que se trataba de un objeto. Tal vez este Amuleto Único del cual leí.
La espera había dado fruto. Este dios estaba perdiendo su cabeza, pero sin perder su ambición. Era mi momento de manipularlo.
Agarré toda mi voluntad, y me tragué mis nervios. Sabía que si le quería llegar, la mentira debía ser tan grande como que piense que soy un experimentado hechicero. Poco a poco me fui acercando al lugar. Di un fuerte suspiro mientras daba los primeros pasos, inflando mi pecho de valentía.
A medida que me acercaba, supe que él comenzó a sentir mi presencia. Poco a poco, fue levantando su mirada, primero solo sus ojos, luego su cabeza. Cuando estuve a una distancia prudente, levantó completamente la cabeza, y penetró sus ojos en mi.
En un segundo tomé la determinación, y supe que no debía quedarme cayado.
- Lord Shinnok...
- ¿Quién eres para atreverte a hablarme?
- Mi nombre es Quan Chi, un libre hechicero.
- Nunca he escuchado de ti - Dijo dudoso el Dios Anciano.
- Pero yo si de ti - Respondí sabiamente. - Se porque estás aquí.
- ¿Y eso en que te compete?
- Antes.... dime.... no sabía que un Dios Anciano podía ser derrotado por un simple Dios del Trueno.
- ¡¿Has venido aquí a desafiarme?! ¡¿Te crees capaz de hacerlo?! - Me entraron las dudas, ¿había dado un paso en falso?
- Dime... si pudieses hacerme daño... ¿no habrías escapado ya de esta prisión de cadenas? - Vi que el Dios Caído se quedó cayado - vamos, cuéntame.
En ese momento, Shinnok comenzó su relato:
"Todo comenzó unos siglos después de que comencé mi toma del Earthrealm. Todo iba bien, como lo planeado. Un trato con Lucifer me había permitido usar miles de sus tropas de demonios. Sin embargo, todo lo bueno desapareció cuando lo perdí. No lo podía creer, me lo habían arrebatado. Estaba seguro que habían sido algunos de esos saurios inteligentes. Cegado, empecé a matarlos uno por uno, hasta que nuevamente ese Dios del Trueno los salvó, y envió a otro reino. Los odiaba tanto.
Sin mi poder personal, no me alcanzaba con el ejercito de demonios. Necesitaba una fuerza bruta. Poco a poco, controlé mentalmente a los Saurios no inteligentes. Mucho más grandes que los otros reptiles, eran una fuerza bruta totalmente manejable.
Pujamos durante muchos años, hasta que se convirtieron siglos, pero al final no dejaban de ser simples mortales. Raiden ascendió al espacio, y envió una roca cuyo impacto hizo que el cielo se oscureciera, y poco a poco fueron pereciendo.
En las tinieblas, tuvimos el último enfrentamiento mano a mano con el Dios del Trueno. La pelea duró cerca de 400 años terrestres. Ambos estábamos increíblemente debilitados. Sin embargo, algo que no pude prever ocurrió. Los pocos demonios que quedaban, se pusieron del lado de Raiden, y comenzaron a atacarme. Eso me dio mala espina, pero estaba demasiado débil para pensar con claridad.
Me los saqué de encima como pude, pero detrás de ellos, estaban Raiden y Lucifer... oh! ¡Maldito traidor Lucifer!, había hecho un trato con los demás Dioses Ancianos. No tuve nada que hacer ante ellos.... no tuve nada que hacer ante ellos...".
Su relato tenía todo, alianzas, traición, extinciones, enfrentamientos eternos, pero lo único que llamaba mi atención, era su posesión que perdió. Lo que para él había sido la causa de su caída. Tenía que averiguar que lo hacía tan especial.
- Linda historia... - Dije en tono desafiante - ...pero no explicaste por que comenzó tu caída. Te escucho hablar de algo, pero no terminas de decir que.
- Él, mi preciado. El Amuleto Único. ¡Mi Amuleto!.
- Cuéntame de él.
- ¿Para qué intentes apropiarte de él?
- O tal vez para ayudarte a recuperarlo. - Con esa última frase sentí convencerlo, y así retomó su relato.
"Junto a los demás Dioses Ancianos, habíamos tomado un voto de no interferir en la vida de los reinos. Creamos a un montón de dioses menores para controlar, y regular nuestra voluntad indirectamente.
Sin embargo, mis hermanos no eran ambiciosos. Preferían mirar a tener. Yo era distinto. Yo quería tener. ¿Edenia? Muy Perfecta, ¿Outworld? Muy Imperfecto, ¿Netherealm? Muerto, ¿Chaosrealm, Orderealm?, muy extremistas. Pero el Earthrealm, es el reino perfecto, el equilibrio total.
¿Pero como iba a evitar a mis compañeros en el Vacio? Obviamente no me dejarían ingresar a la realidad. Tal vez te parezca extraño que hable de la realidad, pero tal vez alguna vez lo entenderás. Solo me quedaba hacer algo con lo que ellos no podrían interferir.
Con todo mi poder, reuní la fuerza de todo el reino de Zumatra, paralelo a Zaterra. Consumí toda su vida, y usando también toda la mía, logré concentrar toda esa energía de vida en un solo artefacto. Un Amuleto que quepa en mi mano. Fue tal la abominación que hice al concentrar la vida de todo un reino en un solo objeto, que este Amuleto solo podía ser creado una sola vez sin rasgar totalmente la existencia. Por ello, lo llamé Amuleto Único.
Ahora, no solo tenía una fuerza incomparable en el poder de mi mano, si no que tenía una realidad, lo que me aseguraba que los demás Dioses Ancianos no interferirían con él, y por ende con las acciones de su portador. Gracias al Amuleto, pude entrar a la realidad, y tratar de hacerme con el Earthrealm para mí."
En esos momentos, pensé para mí que este objeto era mucho más poderoso de lo que jamás podría imaginarme. Tenía que hacerme con él. Solo pensar en tenerlo en mi mano, me estaba obsesionando. Ya le había sacado toda la información que necesitaba. Ahora vendría la parte en la que lo manipularía.
- Lord Shinnok.... déjame hacerte una propuesta...
- ¿Que puedo querer yo de ti?
- Tal vez... ¿libertad?
- Ja. ¿y cómo piensas hacer eso?
- Con esto... - En ese momento, saqué una Soulstone que había logrado robar cuando fui desterrado de Nekropolis. El Dios Anciano me miraba sorprendido. Algo que no se esperaba.
- Parece que te he subestimado hechicero. Anda, libérame.
- No creas que te lo iba a hacer tan simple Lord Shinnok. Toda acción tiene un precio.
- Ok. Dime cual es el tuyo.
- No solo te daré libertad, si no que te ayudaré a derrocar a tu traidor, Lucifer. A cambio... solo pido que me nombres tu Archi-Hechicero.
- Así será ... mi Archi-Hechicero.
En ese momento, con la Soulstone de mi mano, raspé cada uno de los monolitos, expresando un conjuro, y poco a poco estos fueron derrumbándose hasta dejar libre a Lord Shinnok. Yo me mantuve atento, para evitar un posible ataque ahora que él estaba libre, pero obviamente el tiempo encadenado lo había dejado lo suficientemente trastornado como para tener una rápida reacción de ataque. Ya no era aquel de la historia que contaba.
Mientras Shinnok recuperaba su poder, yo fui en busca de demonios que se unieran a nuestra causa. Algunos les di falsas promesas, a otros los convencí con miedo, pero ninguno se negaba a estar a nuestros pies. Así, formé la Hermandad de las Sombras. La llamé asi por que es la forma en la que atacaríamos.
Una vez Lord Shinnok había recuperado un poco sus fuerzas, logró abrir las puertas del séptimo plano del Netherealm, y logramos ascender. En el Quinto plano, mi ejercito de las sombras atacaron el palacio de Lucifer por la retaguardia.
Cuando entramos a la habitación del Señor de los Castigos, sus rojos ojos se llenaron de fuego, pero, por más que no hubiese llamas en los ojos del Dios Anciano, definitivamente había mas fuego y furia en los suyos. Ambos colisionaron, y un gran aura de luz salió despedido del palacio, iluminando todo el reino muerto. Cuando el as de luz desapareció, la cabeza, sin ojos, de Lucifer colgaba de la mano de Shinnok, mientras su cuerpo chorreaba lava en el piso. Pronto el Dios Anciano salió al balcón, donde las fuerzas de las sombras creaban una barrera en contra de los ejércitos de las tinieblas de Lucifer.
"Mi nombre es Lord Shinnok, y soy su nuevo Amo y Señor. Todos ustedes me servirán y temerán. Quien se atreva a desafiarme, sufrirá un castigo peor a la condena eterna". En ese momento, Shinnok tiró la cabeza de Lucifer a la muchedumbre. Poco a poco, a través del miedo, el Dios Anciano gobernó a mano dura este mundo, y yo logré mantenerme a su lado.
Pero ahora, han pasado ya muchos siglos de esto, y tengo el Amuleto Único en mis manos. ¿Solo se puede crear una vez?, esto me da la ventaja, nunca pensará que pueden haber dos amuletos. Lo único que tengo que hacer es crear uno semejante en poder, y mantenerme yo con el real cerca de él, para poder potenciarlo y él no vea la diferencia. Entonces, cuando Shinnok comience su conquista de los reinos, yo esperaré, y luego tomaré el trono que me pertenece y merezco.
Patético Dios Anciano. Se cree tanto... todos los dioses se creen tanto, pero no son más que marionetas en mi propio juego. Cada ser vivo, cada dios, cada insecto, indirectamente sigue mis órdenes.
Yo soy Quan Chi, yo soy el más poderoso hechicero que ha existido. Ahora tengo el Amuleto Único en mis manos, y pienso usarlo. Así que témanme si están leyendo esto, témanme por que seré muy pronto su amo. En roca o en papel, en tinta o sangre, todos sabrán quien soy, y todos aprenderán a temerme.
Patéticos Dioses.... Patéticos Mortales... todos forman parte de mi plan....
Sentiros libres de discrepar porque como ya digo, me ha costado lo suyo tomar una determinación para cada puesto, pero sobretodo, felicitad a los participantes especialmente al ganador,
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